Historia de la Batería



RESEÑA HISTÓRICA DE LA ARTILLERÍA

(Sagrario Arrizabalaga)

La importancia de la artillería en los conflictos bélicos del pasado.

Es incuestionable la importante participación de la artillería en las guerras de las centurias pasadas. En lo que concierne a Gipuzkoa, Irun tuvo especial representatividad porque, dada su situación fronteriza, era el primer punto de invasión. Esto justifica el por qué hasta época muy tardía no se construyeron puentes para vadear el Bidasoa.

En las épocas en que Francia y España rompían relaciones diplomáticas y hasta la llegada de refuerzos, los irundarras se encargaban de establecer guardias durante el día y la noche en los pasos por los que podía producirse la invasión, prestando especial atención al de Behobia, porque constituía el lugar ideal, según los documentos de archivo, “desde la villa de Fuenterrabia asta Ronçesballes”, por el que el enemigo podía pasar artillería y otro material pesado.

Sea como fuere dicha prevención no fue suficiente en muchas ocasiones y ya en la toma del castillo de Behobia en 1521 se sabe, fehacientemente, que fue fundamental la artillería. Sin embargo, pero fue en los siglos siguientes, desde el XVII al XIX, cuando se intensificó el recurso a fuerzas artilleras y, a modo de muestra, valgan dos ejemplos: en 1793, durante la guerra de La Convención, fueron asignados con destino a la defensa de Gipuzkoa, ni más ni menos, que 272 artilleros. Más llamativo aún es que, dos décadas después, con motivo de la Guerra de la Independencia pasaran por nuestra localidad con destino al interior de la Península ni más ni menos 500 piezas de artillería (396 cañones y 104 obuses) y 9.000 artilleros.

No es extraño, pues, que una representación del cuerpo de artilleros adquiriera carta de naturaleza en actos conmemorativos poco después. Centrémonos, pues, en la evolución de éstos en tanto en cuanto afecta al tema que nos ocupa.

Las Ordenanzas de 1773 y 1804.

Sendas Ordenanzas promulgadas por el Ayuntamiento de Irun en 1773 y 1804 establecieron los mecanismos por los que los iruneses habían de regirse a la hora de salvaguardar su territorio en caso de guerra, así como seguir cumpliendo con el voto ancestral de celebrar una procesión el día de San Marcial de cada año hasta la ermita del mismo nombre, en conmemoración de la victoria alcanzada el 30 de junio de 1522.

En concreto, ambos códigos fijaron el protocolo de la romería en la que debían participar, como era tradición, “con compañías formadas, caja y Pífano y vandera que tiene ella de uso militar”, interviniendo el Alcalde o el Teniente de Alcalde como “Capitán a Guerra”, el Sindico Procurador General como Alférez llevando la bandera, y los demás oficiales de la Corporación Municipal como sargentos y cabos.

En sesión plenaria de 25 de junio del mismo 1804, además, los Corporativos Municipales trataron sobre “el modo y forma de hacer la Procesion de San Marcial”, optando por mantener el refresco que “anteriormente se acostumbraba dar a los Gastadores, Zarpadores, Mosqueteros y Fuzileros”. Es decir, todo indica que ya a comienzos del XIX era habitual, además de la tradicional presencia de contingentes armados, la de los gastadores, actualmente identificados por todos con el término “Hacheros”. No hay, en cambio, referencia alguna a la participación del arma de Artillería.

La incorporación de artillería real para las salvas de los días de San Marcial y San Ramón.

Pocos años después, el 31 de agosto de 1813, el monte San Marcial fue escenario de una hazaña militar en la que los franceses volvieron a ser derrotados, tal como había acaecido tres siglos atrás.

Muchos fueron los honores y distinciones concedidos a Irun como premio por aquella célebre jornada pero, de entre todos, el que hoy nos interesa es la Real Orden de 28 de julio de 1817, por la cual se autorizó a la Villa para disparar salvas, con el fin de rememorar las victorias militares alcanzadas en la peña Aldabe en 1522 y 1813. Por otro lado, se otorgó también merced a la Villa para que, en la altura de San Marcial, fuera colocada una pieza de artillería: se traba de un cañón de hierro que estuvo ubicado en la trasera de la iglesia parroquial pero que fue trasladado a la peña Aldabe, escenario de las memorables jornadas.

Desde entonces, todos los años se traía, previa consecución de la oportuna licencia de las autoridades militares, un cañón “de a cuatro” con sus cureñas, fuegos de armas, cartuchos y los demás elementos necesarios. Este material venía custodiado desde el Parque de artillería de Donostia por 4 artilleros rasos y un sargento. Se empleaba, como ha quedado apuntado, para las salvas de la festividad de San Marcial y para las que cada 31 de agosto, día de San Ramón, se hacían tras los oficios fúnebres celebrados en la ermita de San Marcial, en sufragio de los caídos en la memorables batallas de 1522 y 1813.

El último año de la década de 1810: los primeros artilleros irundarras figurados de los que tenemos noticia.

No hubo de pasar demasiado tiempo para que hicieran aparición, que sepamos por vez primera, un grupo de artilleros irundarras figurados. Así acaeció con motivo de la recepción tributada en 1819 a la reina Josefa Amalia de Sajonia, esposa de Fernando VII, evento éste que destacó por su especial boato y que, a nuestro entender, constituye el precedente de lo que tres décadas más tarde constituyó el Alarde de San Marcial de corte festivo.

Hacemos esta afirmación porque, por decisión del Ayuntamiento, compuso la guardia de honor de la Reina que estuvo en Irun entre el 2 y el 4 de octubre, se asemejó a un “Batallón” (este es el término que figura en el documento original) del ejército, integrado, además de la Plana Mayor, los Gastadores y dos compañías de fusileros, por una compañía de granaderos (sinónimo de artilleros) que contó con su oficialía y 26 rasos.

En la factura del gasto derivado de la confección de los de estos últimos uniformes y complementos se da debida cuenta de que todos usaron casacas nuevas y gorros encarnados de trencillo, decorados con “plumeones”.

En los años siguientes no existe constancia escrita en relación a que en un acto análogo o cualquier otro de carácter conmemorativo, volvieran a tomar parte los artilleros.

1849: La incorporación de artilleros locales figurados al Alarde de San Marcial.

Tras la Primera Guerra Carlista en que, por razones de seguridad, se prohibió toda manifestación en la que participaran contingentes armados –y, por consiguiente, la procesión de San Marcial–, se intentó volver a los cauces habituales.

Después de un intento fallido el año anterior, en 1843 el Ayuntamiento solicitó permiso para volver a perpetuar la memoria de la Batalla de 30 de junio de 1522, interviniendo, como venía siendo costumbre, unos 20 ó 30 vecinos armados con escopetas de caza. También se recuperó la tradición de traer el cañón del Parque de artillería donostiarra.

Esta fue la pauta habitual hasta 1848, año en el que debido a que, corrían rumores de haberse levantado alguna partida carlista, las autoridades militares se negaron a ceder el obús y se optó por suspender lo que los documentos califican como “alarde”. Sí tuvo lugar la celebración de la acostumbrada Procesión a la ermita, pero sin acompañamiento armado alguno.

Llegamos así al año clave, en que todo volvió a la normalidad. Fue, precisamente, en 1849 cuando se tomó la decisión de incorporar una batería de Artillería al Alarde de San Marcial.

Sabemos que esto fue así gracias a una factura que acredita que Felicia Gainza, confeccionó 5 chaquetas para los que figuraron como “artilleros del alarde de San Marcial”. Empleó para las guerreras percal encarnado, señal que los trajes eran distintos a los actuales, al menos en cuanto al color.

Pero para poder incorporar una representación del Arma de Artillería no bastaba con contar con efectivos humanos, sino que era necesario disponer del elemento más llamativo e identificativo de la misma: un cañón.


TABLA 1
COSTE DEL CAÑÓN DE MADERA CONSTRUÍDO PARA EL NUEVO ALARDE EN 1849




Contratista


Concepto


Coste
Miguel Muguruza (carpintero)
16’5 jornales empleados en “tirar un árbol y preparar el tronco”
9 jornales por tornear el cañón
Aportación de un hierro o “cigüeña” para el torno
Suministro de una soga para el torno
132 rs.
72 rs.
32 rs.
21 rs.
Tiburcio García
Jornales por su trabajo como pintor del cañón
Pintura y bronce empleados en su cometido
24 rs.
16 rs.
Depons
Fabricación de la cureña
60 rs.


Pues bien, fue en el mismo 1849 cuando se acometió su fabricación. Se trataba de un cañón de madera que la documentación expresa claramente estuvo destinado desde un principio y de forma exclusiva, “para la función de San Marcial”.

Evolución entre el año 1850 y el estallido de la Segunda Guerra Carlista.


Acercándose el 30 de junio de 1850, el Ayuntamiento acordó celebrar el “alarde de armas” de paisanos de la Villa, nombrando a los concejales Mendizabal y Arrillaga para mandar la Artillería. En los años sucesivos, esta pauta siguió siendo la misma, de modo que desde comienzos de la segunda mitad del XIX fueron dos los cañones que tuvieron un especial protagonismo cada 30 de junio: el de madera, conducido por los artilleros locales, y el real que, como siempre, estaba a cargo de artilleros profesionales. Pero, además, en la década de 1860, sabemos que se recurrió a un pedrero que cedió la familia Olazabal y para el que José María Urristiola fabricó “bombas” que él mismo se encargó de disparar. Se trata, por tanto, del primer artillero irundarra cuya identidad conocemos.

La celebración del Alarde de San Marcial tras la Segunda Guerra Carlista hasta el año 1900.

Como es lógico, la Segunda Guerra Carlista supuso nuevamente el cese temporal de la celebración del Alarde de San Marcial.

Terminado el conflicto bélico, en 1880 el Ayuntamiento solicitó permiso al Gobernador Militar de para que cediera el obús y la munición pertinente, y al Gobernador Civil para que autorizara las salvas de artillería con el cañón real, así como para la celebración del alarde.

El periódico donostiarra El Urumea y el semanario local El Bidasoa dan fe de que la función fue celebrada, aunque desconocemos si la Artillería estuvo presente en esa edición del Alarde; al menos ambas fuentes no dan fe de ello.

Aunque en 1880 y 1881 se volvió a traer el cañón del Parque de artillería de Donostia, en junio de 1882 el Gobernador Militar comunicó, vía oficio, que por Real Orden de 2 de noviembre de 1881, se habían prohibido las salvas con carácter general. Las cuentas municipales confirman que, a partir de este momento, no volvió a desplazarse el cañón de a cuatro y su correspondiente munición, perdiéndose así una costumbre consolidada con el paso del tiempo.

Quedaba así la representación del cuerpo de artilleros reducida a la simbólica Batería formada por los vecinos desde mediado el siglo, que contó con Cantinera, cuando menos, desde 1884 en que sabemos con seguridad que Domingo Igos vendió cintas y gola para el traje de la misma. Con respecto a la dotación masculina, destacar que su número no era fijo como hoy en día: entre 1887 y 1896 oscilaron entre 12 y 18 individuos, siendo esta última la cifra habitual en el periodo comprendido entre 1893-1896.

Todos ellos participaron en el Alarde, tal como ocurre actualmente y queda acreditado por la prensa de la época, en último lugar , al mando, entre otros, de los siguientes Capitanes: Julio Cabanilles (1888), Santiago Gal (1889, 1891, 1892 y 1894), Joaquín Susperregui (1895) y Teodoro Sistiaga (1896).

La participación de la Batería de artillería en el Alarde entre 1900 y la suspensión de 1915.

Ya en el siglo XX, se introdujo una novedad que afectó a la ubicación de la Batería. Entre 1901 y 1903 se sumó a las fuerzas que participaban en el Alarde: una Sección de la Cruz Roja que portaba camillas y un botiquín de campaña, que marchó en el último lugar de la comitiva, por detrás de la Batería que, excepcionalmente, dejó de ocupar la retaguardia.

Por aquel entonces la organización de la Batería corrió a cargo del “Irun Sporting Club” de fútbol, equipo de balompié fundado en 1902.

Según la Monografía Histórica de la Villa de Irun de Serapio Múgica y tal como se aprecia en las fotografías de la época, sus dos oficiales, así como el corneta o “clarín” marchaban a caballo. Todos los artilleros (sin distinción) vestían boina encarnada, guerrera de paño azul con botones dorados con las iniciales C. A. entrelazadas, pantalón de hilo blanco con franja azul, polaina, alpargata blanca con cinta negra; llevaban como distintivos, además, dos bombillas en el cuello de la guerrera indicando el arma a que pertenecían y, pendiendo del cinturón, un machete; es decir, que las características de su indumentaria eran ya básicamente las actuales. La Cantinera, por contra, seguía luciendo el mismo traje que las demás de infantería, variando con toda probabilidad el color.

Los antiguos “machetes” de madera que desde antiguo suministraba el Ayuntamiento, fueron sustituidos a comienzos del siglo XX por otros reales, que solían traerse todos los años desde el Parque de artillería de Donostia, cuando menos, desde 1905. Su largura era considerablemente superior a la de los “de pega”, valga la expresión, que se impusieron unas décadas más tarde.

La suspensión del Alarde con motivo de la Primera Guerra Mundial.

La Primera Guerra Mundial conllevó la suspensión temporal del Alarde, desde 1915 hasta 1918. En este breve lapso de tiempo sólo se tocó la diana en los lugares acostumbrados y se celebró la procesión o “gira a San Marcial” en la que, únicamente la Banda Municipal acompañó a los dos Cabildos, precediéndolos. Además, tras la tradicional misa de campaña, se celebró la romería.

El Alarde de San Marcial entre 1919 y la Guerra Civil.

Pasada la suspensión temporal del Alarde de los años 1915 a 1918 (motivada por el estallido de la Primera Guerra Mundial), entre 1920 y 1930 el cupo de integrantes de la Batería fue variando y osciló entre los 14 y los 29 miembros.

Esta cifra récord se alcanzó en 1922 en que, por primera y única vez, se hace distinción en los listados del reparto de las gratificaciones entre “artillería montaña” y “artillería rodada”, compuestas por 11 y 18 personas, respectivamente. En esa edición del Alarde la “sección de artillería ligera” estuvo integrada por: Máximo Michelena, Serapio Mallés, José Maiz, Antonino Susperregui, Manuel Urtizberea y Salvador Martiarena.

Por desgracia el primero de ellos, más conocido como Max-Mich sufrió un serio percance al disparar el cañón, perdiendo dos dedos de una mano. Este hecho, habría sido, casi con toda la probabilidad la causa para que en años sucesivos la inclusión de la innovadora sección de montaña dejara de ser una realidad, perdiéndose la oportunidad de otorgar un mayor lucimiento a la Batería.

Por entonces, los artilleros iban uniformados como los miembros de las dotaciones de a pie. Como consecuencia del incendio acaecido en 1921 en los almacenes municipales se quemaron los trajes de la Caballería, el Estado Mayor y la Artillería. Bien fuera por dificultades económicas, bien por complacer a algunos críticos que venían calificando esas indumentarias como de “opereta” y poco apropiadas, el Ayuntamiento no financió la confección de nuevas prendas hasta bien entrada la década de 1940. Eso sí, aún vistiendo igual que el resto, el distintivo de los artilleros siguió siendo la “bombilla” distintivas de la unidad, puesta en las solapas de las americanas.

Conocemos el nombre del Capitán de la Artillería del Alarde para el año 1929 y siguientes: Ángel Martín. Es posible que su segundo de a bordo fuera Nicolás Danjou quien, tras participar en la Batería como raso y Cabo, fue su Teniente, ni más ni menos, que durante 26 años.

También convendría destacar a un veterano y anciano artillero (lo era ya, al menos, desde 1903) que, mediada la década de 1920, seguía formando parte de la misma, con grado de suboficial y al que un rotativo tributó un homenaje porque, con su viejo uniforme y el sable empuñado en la diestra venía demostrando a las nuevas generaciones “que el Alarde es algo formal”. Era Antonio Arana.

Apenas hay cambos reseñables con respecto a esta Unidad del Alarde durante el periodo Republicano.

La Artillería del Alarde tras la Guerra Civil: la década de 1940.

El primer Alarde celebrado tras la Guerra Civil es el de 1939 pero, según Emilio Navas, no fue restablecido “en su integridad” hasta el año siguiente. Hemos de pensar, pues, que la reincorporación de la Batería se habría producido en 1940.

De 1944 data la primera ordenanza impresa del Alarde que, que sepamos, se conserva. Se trata del primer código integral pero, curiosamente la gran olvidada en ella es la Artillería, que sólo aparece citada en lo concerniente a la normativa de los uniformes, que se corresponden con la descripción hecha por Serapio Múgica allá por 1903.

Por lo demás, el número de artilleros descendió con respecto a las décadas anteriores y osciló considerablemente de unos años a otro (entre 18 y 11 individuos) a lo largo de la década de 1940.

Los gastos derivados de la intervención de los artilleros en el desfile fueron los ya habituales, a excepción del correspondiente al alquiler de las monturas de la oficialía y las 4 mulas con sus correspondientes tiros, elementos éstos todos que venían siendo cedidos por los distintos destacamentos militares de la Provincia, previa petición del Ayuntamiento.

Había, sin embargo un elemento que ya no era del gusto de los organizadores ni del público. Ya en la sesión celebrada el 21 de abril de 1948, el Ayuntamiento decidió solicitar un cañón de verdad Ministerio del Ejército.

La Batería de Artillería en la década de 1950: un periodo revolucionario.

Desgraciadamente no se llegó a contar con el ansiado cañón real y, en 1952, el semanario local El Bidasoa promovió una campaña para abrir una suscripción popular, con objeto de fabricar un cañón de metal.

Esta medida no se materializó pero, las autoridades del Municipio reiniciaron las gestiones para hacerse con la anhelada pieza de época que, una vez más, resultaron infructuosas.

Por si esto fuera poco, en 1954 se presentaron serias dificultades para organizar la Batería. El General inició contactos para asegurar su participación en el Alarde y contactó con Vicente Salas y para ofrecerle el puesto de Capitán de la Batería, que rechazó. Afortunadamente, el Club Deportivo “Roca” salvó la situación, dado que su Presidente, se ofreció a organizar la Artillería ese año y en los sucesivos y recibió el visto bueno de La Comisión Municipal de Fomento y del General, salvándose así tan delicada situación.

Debido, casi con toda probabilidad a esta crisis, a punto de terminar la década de 1950, a instancias de Cornelio Arregui (Ayudante de Artillería del General) la Batería experimentó una auténtica revolución.

A petición de dicho señor, el Ayuntamiento solicitó de su homónimo de Lesaka 2 cañones que se encontraban en el Monumento a los Caídos de la localidad navarra. Así, ambos obuses fueron incorporados al Alarde el mismo 1959 y figuraron en la función hasta fines de la década de 1980.

Pero ya de por sí este cambio fue llamativo, el más notorio de todos fue el que afectó a la Cantinera ese mismo año.

Hasta 1958 siguió desfilando sentada en el carro del cañón y su traje no había sufrido modificaciones sustanciales con respecto a las décadas precedentes. El uniforme era idéntico al de las Cantineras de la Infantería pero se diferenciaba de éstos en que la guerrera era de color azul y su cuello rojo, al igual que los del resto de los miembros de la Batería. Por otra parte, la banda de terciopelo de la falda era también encarnada.

Se trataba de una indumentaria que conjuntaba perfectamente con la de los artilleros. Éstos lucían polainas de color azul como la guerrera y el galón lateral de sus pantalones era de color púrpura y, por lo demás, su atuendo era prácticamente idéntico al que lucen hoy en día.

En 1959, pues, se produjo el gran cambio: la Cantinera de la Artillería participó por vez primera a caballo y vestida como amazona, con un traje de las mismas características que la de Caballería.

La década de 1960.

A diferencia de la anterior, la ordenanza de 1964 dedica un capítulo para la “Batería de artillería”, la gran olvidada en la anterior. Se señala que debía estar integrada por un capitán, un teniente, un sargento, un cabo, una Cantinera y un número sin determinar de artilleros. El Capitán, a quien competía la designación del resto de los miembros, era nombrado por el General, siendo ratificado por la Comisión Municipal de Fomento.

En el capítulo sobre los “Uniformes”, por vez primera, se establece que “por excepción las cantineras de Caballería y Artillería vestirán corpiño azul, falda blanca y bota de montar negra, siendo comunes el resto de los elementos del uniforme”.

Volviendo a los cañones, como en los últimos años siguieron trayéndose los de Lesaka, previa petición por parte del Ayuntamiento. Otro tanto ocurría con los armones o “carros” pero que eran prestados por Hondarribia.

El 8 de marzo de 1965 Cornelio Arregui, auténtico impulsor de la Unidad, se dirigió a las autoridades locales para recordarles la necesidad de conseguir dos juegos de ruedas nuevas para el arrastre de los cañones”. De hecho, el año anterior se había dado la circunstancia de que no pudo agregarse al desfile una de las piezas de artillería porque no hubo forma de engancharla al mulo de tiro.

La década de 1970.

En 1976 entró en vigor una nueva Ordenanza, que completaba a la anterior.


  1. El Estatuto anterior marcaba como componentes de la Batería de artillería a un Capitán, un Teniente, un Sargento, un Cabo y artilleros, contingente éste que se vio ampliado a: Capitán, Teniente, Alférez, acompañante de la Cantinera, Sargento, un Cabo por cada uno de los cañones, un Corneta y artilleros. Por lo demás, debería regirse por su propio reglamento interno.
  2. El atuendo de las cantineras se mantuvo invariable, siendo las únicas matizaciones marcadas por la nueva Ordenanza la diferencia cromática del azul de las dos que desfilan a caballo (“azul celeste” para la de Caballería y “azul pastel” para la de Artillería) y que, mientras que la banda de que pendía el barril de la de Artillería debía ser de color blanco, la de la Caballería estaba obligada a llevarla roja.


En relación a esta última circunstancia conviene señalar que en 1973, el Ayuntamiento financió la construcción de armones propios, de manera que, desde entonces, la Batería hizo gala del nuevo material pero se siguieron utilizando los cañones de Lesaka, cuyos desperfectos eran anualmente financiados también con cargo a los fondos municipales.

Como para el resto de las Unidades y, tal como establecieron las distintas Ordenanzas, los artilleros del Alarde contaron con su propio Reglamento de régimen interno desde la década de 1970. Por él se establecía que:

  • La Batería se compondría de Capitán, Teniente, Sargento acompañante de la cantinera, un Sargento, un Cabo por cada pieza de artillería, un Corneta, Cantinera y 15 artilleros como mínimo y 25 como máximo.
  • El nombramiento de los componentes, así como la posible incorporación de aspirantes, sería labor única y exclusivamente del Capitán, siendo aconsejable un mínimo de estatura de 1’75, ser natural de Irun o llevar, cuando menos, 15 años de residencia en ella.
  • La designación del Capitán, era facultad del General y ratificado su nombramiento por la Comisión de Fomento.
  • Tenían la obligación de asistir a la Misa del monte para efectuar las salvas de ordenanza, además del Capitán, Teniente, Sargento acompañante y Cantinera, el Sargento y los Cabos, así como la mitad de los artilleros que la integraran.
  • La concentración, tanto el día de San Pedro como el de San Marcial, tendría lugar en los “garajes” propiedad del Ayuntamiento sitos en la Avenida de Francia, a las horas que en la última reunión determinara el Capitán.
  • La vestimenta del día de San Pedro debía ser:
  • Para el Capitán: boina y corbata rojas, chaqueta negra, pantalón “caqui” y botas de montar.
  • Los mismos elementos para el Sargento acompañante.
  • La Cantinera, por su parte, debía llevar: boina roja, blusa blanca, falda negra, fusta y botas de montar. 
  • Los demás miembros, boina roja como único distintivo.
  • Para el día de San Marcial, se marcaban como prendas de uso obligado, las ya reconocidas en la Ordenanza; es decir, el uniforme oficial.


La década de 1980.

Mal comenzó la década para la Batería. En 1980 se quemó el almacén de la Brigada de Obras del Ayuntamiento en la que se depositaban sus enseres, desapareciendo los arreos de los caballos y mulos, si fueron repuestos de forma inmediata.

También hubo que renovar ese mismo año varios de los elementos de la indumentaria de los artilleros, que no debían estar en demasiado buen estado. Tanto es así que, se encargaron dos uniformes nuevos para soldados rasos y 25 “bayonetas” o machetes de madera con sus fundas para todos ellos, y que en los años siguientes se siguieron renovando otros trajes.

No ocurrió los mismo con los cañones, puesto que los de Lesaka siguieron siendo omnipresentes en el Alarde de Irun a pesar de que se encontraban en un pésimo estado de conservación.

En 1983 se solicitó al Gobierno Vasco una subvención para sufragar los gastos derivados de la fabricación de nuevos cañones, pero la petición cayó, una vez más, en saco roto. Dos años más tarde, el Ayuntamiento de Irun contactó con las autoridades estatales interesando, una vez más, la concesión de dos cañones e insistiendo en que, a ser posible, fueran de características similares a los empleados en la Guerra de la Independencia.

Se daba la circunstancia de que, en el Museo del Ejército, únicamente se disponía en depósito de cañón de época en buenas condiciones, de manera que se llegó a la conclusión que lo más operativo era de fundir dos copias exactas. Así se hizo finalmente y los dos nuevos cañones fueron estrenados en la edición del Alarde de 1987.

Las décadas de 1990 y 2000.

Pocos años, empero, lució la Batería de artillería con dichos obuses. Cuando, desde mediados de la década de 1990, se organizaron dos alardes distintos, los promotores del conocido como “Alarde Tradicional”, se vieron en la imposibilidad de recurrir a ellos.

La Junta del Alarde Tradicional hubo de tomar el relevo y acometer nuevas gestiones para hacerse con cañones propios. Así, desde comienzos de la década de 2000, la Batería viene luciendo dos nuevos obuses de avancarga para salvas del calibre 70 milímetros, que fueron fabricados por la Sociedad Anónima de Placencia de las Armas.

No es ésta la única novedad que ha experimentado la Batería del Alarde Tradicional en los últimos años. Como últimos apuntes en esta evolución histórica de la participación de la misma cada 30 de junio, destacar como cambios más llamativos que: se han impuesto turnos anuales de rotación (de 5 personas, concretamente), ha sido aumentado el número de integrantes hasta los 29 individuos...

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